"On boit le thé pour oublier le bruit du monde"
Tien Yi-Heng
"Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? (...)
Estoy tomando mi té favorito (“Wedding Imperial” de la casa Mariage Fréres) mientras oigo llover fuera. Doy sorbitos mirando por la ventana y me acuerdo de la magdalena de Proust. El otoño tiene para mí su mismo poder evocador. Cada año, llegado este momento, miro hacia atrás y me veo, me recuento, me reencuentro. Por primera vez este año, me tomo tiempo y lo anoto. Y hasta tengo el atrevimiento de convertirlo en una entrada y compartirlo.
He pasado por amores y pérdidas (más amores que pérdidas), gozo y dolor (más gozo que dolor) y mi vida está llena de muchas cosas buenas, y, sobre todo, optimismo. A punto de cumplir los 50 – a punto significa que dos años pasan en seguida- todavía no he averiguado quién soy, por qué soy yo y no otra, ni qué hago aquí. Salvador Paniker dice que cuando alguien se hace esas preguntas es que ha dejado de vivir intensamente. No lo sé. Puede que sea así. Sólo sé que todavía no me quiero ir. Me gusta la vida, con todas sus contradicciones y desavenencias. Lo cual no quiere decir que tenga el más mínimo temor a la muerte. La muerte ni me impone, ni me asusta.
Rechazo con todas mis fuerzas el odio, el miedo y la avaricia y no creo en la maldad. Tengo el firme convencimiento de que cuando alguien hace daño actúa así por desconocimiento, desesperación, odio, miedo o avaricia. O por alguna otra razón que nadie puede llegar a comprender. Pero, si aquél que hizo daño, también en otros momentos, con toda seguridad, hizo bien, no parece justo descalificarlo en su totalidad.
Quizás sea por eso que me resulta sencillo querer, sentir cariño y afecto. Amar. Me refiero al amor incondicional, -no el que va asociado a la complicidad, la necesidad o la desesperación. Siento amor por casi todas las criaturas, aunque en miles y miles de ocasiones soy demasiado torpe o dejada para demostrarlo.
Por la misma razón, nunca he sido capaz de odiar a nadie, y eso que, hace años, mira que lo intenté – casi lo logro con un par de seres que me eran, en el fondo, desconocidos. Ahora he desistido. No es que me lo prohíba o lo reprima. Es que espontáneamente no me sale. A los enfados trato de mantenerlos a raya y a los manías personales no alimentarlas. Eso no significa que no tenga mis obsesiones. He de confesar que de estas tengo bastantes.
Hay dos cosas que no soporto: La física y la grasa. Lo de la física me viene de mi época de colegiala. Seguramente se lo debo a “La Olga”, que se veía obligada a enseñarnos física a pesar de ser licenciada en químicas. En cuanto a lo de la grasa, la detesto en todas sus manifestaciones, especialmente la de la cocina. Curiosamente, me encanta la gente gorda. Y no porque tengan un carácter bonachón como se dice, sino porque estéticamente me resulta agradable la gordura bien repartida. Sin embargo, me repugna la grasa de algunas ideas: racismo, xenofobia y homofobia me repelen como se repelen el agua y el aceite.
Uno de mis lados oscuros es el exceso de seguridad. Decía Betty Davis que el mundo no perdona a las personas, mejor dicho a las mujeres, que tienen un exceso de seguridad en sí mismas. Mi seguridad es sólo aparente y limitada a cuestiones relacionadas con la vida cotidiana. En realidad, voy por el mundo preguntándomelo todo y pidiendo permiso. Pero, no se me nota.
Ha cesado la lluvia.
He pasado por amores y pérdidas (más amores que pérdidas), gozo y dolor (más gozo que dolor) y mi vida está llena de muchas cosas buenas, y, sobre todo, optimismo. A punto de cumplir los 50 – a punto significa que dos años pasan en seguida- todavía no he averiguado quién soy, por qué soy yo y no otra, ni qué hago aquí. Salvador Paniker dice que cuando alguien se hace esas preguntas es que ha dejado de vivir intensamente. No lo sé. Puede que sea así. Sólo sé que todavía no me quiero ir. Me gusta la vida, con todas sus contradicciones y desavenencias. Lo cual no quiere decir que tenga el más mínimo temor a la muerte. La muerte ni me impone, ni me asusta.
Rechazo con todas mis fuerzas el odio, el miedo y la avaricia y no creo en la maldad. Tengo el firme convencimiento de que cuando alguien hace daño actúa así por desconocimiento, desesperación, odio, miedo o avaricia. O por alguna otra razón que nadie puede llegar a comprender. Pero, si aquél que hizo daño, también en otros momentos, con toda seguridad, hizo bien, no parece justo descalificarlo en su totalidad.
Quizás sea por eso que me resulta sencillo querer, sentir cariño y afecto. Amar. Me refiero al amor incondicional, -no el que va asociado a la complicidad, la necesidad o la desesperación. Siento amor por casi todas las criaturas, aunque en miles y miles de ocasiones soy demasiado torpe o dejada para demostrarlo.
Por la misma razón, nunca he sido capaz de odiar a nadie, y eso que, hace años, mira que lo intenté – casi lo logro con un par de seres que me eran, en el fondo, desconocidos. Ahora he desistido. No es que me lo prohíba o lo reprima. Es que espontáneamente no me sale. A los enfados trato de mantenerlos a raya y a los manías personales no alimentarlas. Eso no significa que no tenga mis obsesiones. He de confesar que de estas tengo bastantes.
Hay dos cosas que no soporto: La física y la grasa. Lo de la física me viene de mi época de colegiala. Seguramente se lo debo a “La Olga”, que se veía obligada a enseñarnos física a pesar de ser licenciada en químicas. En cuanto a lo de la grasa, la detesto en todas sus manifestaciones, especialmente la de la cocina. Curiosamente, me encanta la gente gorda. Y no porque tengan un carácter bonachón como se dice, sino porque estéticamente me resulta agradable la gordura bien repartida. Sin embargo, me repugna la grasa de algunas ideas: racismo, xenofobia y homofobia me repelen como se repelen el agua y el aceite.
Uno de mis lados oscuros es el exceso de seguridad. Decía Betty Davis que el mundo no perdona a las personas, mejor dicho a las mujeres, que tienen un exceso de seguridad en sí mismas. Mi seguridad es sólo aparente y limitada a cuestiones relacionadas con la vida cotidiana. En realidad, voy por el mundo preguntándomelo todo y pidiendo permiso. Pero, no se me nota.
Ha cesado la lluvia.
(...) Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. E1 brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es justamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que la sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se encuentra ante una cosa que todavía no existe y a la que ella sola puede dar realidad (...)”
eMi,
ResponderEliminarBuenos noches, y muchas gracias por tu blog.
Mi español es muy malo, pero quiero decirles esto en su idioma. Me dieron el premio de blogs Arte y Pico. También se pidió a dárselo, y doy a usted. Usted puede leer sobre ello en mi blog, The Task at Hand.
It pleases me to give the award to someone whose combines so many arts so beautifully. As I said in my comments about Aqui estoy yo in my posting about the award, now I have a reason to learn Spanish!
Best wishes, and thank you again.
Linda
Una entrada muy británica. Aunque odio el té casi me dan ganas de tomar una tacita. Tienes una forma muy positiva de enfrentar la vida. Es admirable que te consideres incapaz de odiar. El odio es una pérdida de tiempo.
ResponderEliminarAunque me resulta un poco cándida tu impresión de que el mal absoluto no existe, que necesita de apoyos cómo la venganza, el odio u otros sentimientos... Siento llevarte la contraria, pero hay "personas" que dedican esfuerzos increíbles a procurar daño a otras sin necesidad de justificación.
Otro día hablamos de la grasa, jajaja
Aunque haya dejado de llover podrías haber continuado...
ResponderEliminarQuizás no se entienda bien mi comentario anterior. Me estaba gustando mucho lo que has escrito pero se termina!!! Ya supongo que no fue por la lluvia
ResponderEliminarWow, Linda! Thank YOU so much. You're very kind. You make me feel really important. Besides, I'm so glad this motivates you to study Spanish. I hope I can help.
ResponderEliminarSo "manos a la obra!".
Bueno Arturo, puede que algo ingenua si sea, pero qué le voy a hacer.
ResponderEliminarTomar té es también una cuestión de costumbres. Cuesta al principio, pero, una vez que te has aficionado, es un placer.
Estoy deseando tener tiempo para poder enfrascarme en la lectura de tus blogs. He visto cosas que me interesan mucho por ahí.
Bueno Arturo, puede que algo ingenua si sea, pero qué le voy a hacer.
ResponderEliminarTomar té es también una cuestión de costumbres. Cuesta al principio, pero, una vez que te has aficionado, es un placer.
Estoy deseando tener tiempo para poder enfrascarme en la lectura de tus blogs. He visto cosas que me interesan mucho por ahí.
jajaja Rolo, te había entendido y me siento halagada. No paré por la lluvia. Paré por falta de tiempo, aunque no sé si tengo algo más que decir. Demasiado análisis cuando la realidad no es tan plana.
ResponderEliminarEmi,
ResponderEliminarcasi se puede sentir el olor caliente del té subiendo desde la taza a la nariz, junto a una ventana chorreando lluvia. Afuera el frío de un otoño adelantado y una mantita de cuadros sobre los hombros.
Se necesita parar, mirar sin mirar para ver que la grasa sobra cuando no se trata de ruedas dentadas, que en lo básico suele estar la respuesta, que es bastante sencillo no hacer daño, y que el té reconforta el cuerpo y el alma.
A mi me gusta el rojo con una pizca de regaliz, aunque me gustan casi todas las hierbas, jajaja
me encantan!
Genial Proust!su descripción "momento magdalena" es inigualable.
Y un texto el tuyo, tan delicioso como un buen té Emi.
Un beso,
ana
Lo de la mantita es imprescindible para mi. Y el regaliz mezclado con anís es otra de mis pasiones.
ResponderEliminarImpresionante tu capacidad de resumen. Daño hacemos constantemente, pero ya es suficiente con el que hacemos sin querer.
paso la tarde de sábado contigo, debería estudiar pero me he quedado colgada en tu blogg, no tengo magdalenas pero tampoco volundad para moverme de aquí,eso sí el té para mí es algo más que té a partir de ahora
ResponderEliminarPues me alegro un montón. Gracias por dedicarme tu tiempo y atención y, sobre todo, por compartirlo. Si no hay magdalenas, también vale el bizcocho. Eso sí, el té con un chorrito de leche es todavía mejor. Mmmm, creo que voy a hacerme una merienda.
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