Para escribir música, los griegos de la antigüedad no utilizaban pentagramas ni signos musicales. Empleaban letras del alfabeto.
Piedra original que contiene el segundo de los dos himnos a Apolo. Las notaciones musicales son los símbolos que aparecen ocasionalmente sobre las principales líneas contínuas de escritura griega (wikipedia).
Los instrumentos provenían de Oriente Medio y pertenecían a tres familias, la de los aerófonos (flauta simple, flauta de Pan -siringe de Pan y el aulós), los cordófonos (liras, cítaras y arpas) y la percusión (tambores, crótalos, címbalos y sistros -especie de sonajero)
Foto: Músico en la vertiente sur de la Acrópolis de eMi
Los griegos la llamaban "mousike" ya que para crearla necesitaban de la colaboración de las musas dado que su origen era divino. De ahí que en los teatros de la antigua Grecia se realizaran representaciones que, sobrepasando el mundo del espectáculo, conectaban con el ámbito religioso.
En Epidauro, el teatro (dedicado, como casi todos, al dios Dionisos), podía albergar más de 13.000 almas, sin embargo, estaba construido en pleno campo, lejos de los lugares donde existían grandes concentraciones humanas. La razón es que gentes procedentes de todas partes, se reunían anualmente para realizar competiciones entre los coros de los distintos distritos. Allá cantaban himnos que después se interpretaban en las ceremonias religiosas. La gente llegaba de distintas partes de Grecia y pasaban allí varios días. Además de los concursos, había espectáculos de música, danza, poesía y teatro. El actor, siempre varón, recitaba o narraba la historia comentada por un coro situado en la orquesta. La selección del lugar y los sofisticados cálculos basados en la medida áurica que los arquitectos empleaban, permitía una acústica excepcional, de modo que era posible escuchar perfectamente desde la última de las hileras de la cávea. Hoy en día, todos los veranos, tiene lugar el Festival de Epidauro, reinaugurado por María Callas con la Norma de Bellini, en 1955.
Durante la visita a Epidauro, Irina, nuestra guía a través del Peloponeso, se situó en el mismo centro para mostrarnos su portentosa voz y la perfecta acústica del teatro.
Os dejo con Zorba, El Griego. No es original ni auténtica. Se escucha por toda Grecia como reclamo turístico, pero a mí me trae recuerdos de la infancia y me encanta. Que los dioses y los puristas me perdonen.
Fuentes: Casi todas estas informaciones proceden de nuestra guía, Irina y de Santa Wikipedia, pero sobre los instrumentos musicales es muy interesante el artículo de Fco. Ortega Castejón, Instrumentos Musicales de la Antigua Grecia
“No hemos emprendido este viaje por lo pintoresco. Buscamos aquí un momento muy elevado de la humanidad. Queremos participar en fiestas que, en su rigor y su belleza, alcanzan lo sublime.”
Aristide Maillol
El Partenón es el monumento perfecto. Lo mandó construir Pericles en el año 447 en agradecimiento por la victoria de Maratón contra los persas. Para construirlo hubo de derribarse otro templo anterior del s. VI conocido como Hecatompedon. Fideas fue el encargado de supervisar las obras y el escultor que realizó la gigantesca estatua de Atenea Parthenos realizada en oro y marfil de 12 metros de altura.
El templo, dedicado a la diosa patrona de la ciudad, se realizó según el canon euclidiano, siguiendo la proporción de 9x4, lo que significa que todas sus medidas siguen esa proporción. En las fachadas cortas hay 8 columnas (4+4+1) y el las laterales 17 (8+8+1). La doble cella, con pronaos y opistodomos presenta un próstilo de 6 columnas.
Columnas, frontón y estilóbato corrigen las antiestéticas deformaciones visuales, comunes en los grandes edificios, con ensanchamientos en los fustes (éntasis) y curvaturas en el frontón así como en el centro y extremos del estilóbato. Aristas y estrías en los fustes contribuyen a crear la sensación de que el edificio respira.
La decoración escultórica de la acrópolis que británicos y alemanes no se llevaron, se conserva en el Museo de la Acrópolis recientemente reinaugurado. In situ vemos reproducciones en el mismo mármol del Pentélico que se utilizó en el siglo V. En el friso de la cella, de orden jónico, se representa la procesión de las Panateneas y en las metopas del orden dórico del períptero se representan la gigantomaquia, la amazonomaquia, la centauromaquia (todas ellas batallas contra los dioses del Olimpo, quienes , por supuesto, ganaban siempre) y las escenas de la guerra de Troya. En los tímpanos el nacimiento de Atenea (de la cabeza de Zeus gracias al hachazo bien propinado de Hefesto) y Poseidón (quien compitió con Atenea por ser el patrón de Atenas y perdió).
Aún no había sido terminado el templo cuando los persas saquearon Atenas y lo incendiaron todo. Después fue bombardeado por los venecianos en el s. XVII y utilizado como cuartel general por los turcos.
Todavía hoy siguen los trabajos, siempre polémicos, de reconstrucción (anastólisis) y las piezas saqueadas siguen sin ser devueltas.
"Grecia, donde el corazón se marchita a cada paso, donde las ruinas vivientes desvían en cada instante nuestra atención de las ruinas de mármol y de piedra. En Grecia, resulta vano querer entregarnos a las ilusiones: la triste realidad nos persigue. (…); incluso las cabras espantadas que se dispersan por la montaña y los perros que se quedan y nos reciben con ladridos: este es el espectáculo que nos arranca del encanto de los recuerdos.”
Chateaubriand, Itinerario de París a Jerusalén
Cabra en el monte Parnaso
La cámara de diputados en la plaza Sintagma
con los perros atenienses deambulando o,
la mayoría de las veces, siesteando por la ciudad.
Aunque parezca mentira, Grecia como país tiene una historia breve. Brevísima si tenemos en cuenta los 6 mil años de historia de la zona donde se asienta. No fue hasta el 1 de diciembre de 1834 que Atenas fue designada capital del recién constituido país. Después de una prehistoria y Edad Antigua brillantes, transcurrieron unos dos mil años de invasiones extranjeras en los que romanos, hérulos, godos, cruzados franceses, almogávares, florentinos, catalanes, venecianos y, turcos, la ocuparon hasta que, tras largos años de lucha, finalmente, logró su independencia.
Una vez convertida en capital del nuevo estado helénico, la ciudad fue reconstruida con la edificación de espléndidos edificios neoclásicos que fueron nuevamente destruidos pero, en esta ocasión, no por los saqueos de los pueblos invasores, sino por la invasión de los especuladores. Las bellísimas casas de estilo neoclásico fueron arrasadas durante las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado, para construir edificios de cuatro plantas plagados de apartamentos de líneas geométricas y colores grises cambiando así su fisonomía de forma drástica.
Hoy en día, unos 5 millones de habitantes pueblan un ciudad extensa, llena de mágicas ruinas, antiguas y modernas , que conviven con un pasado tortuoso y un futuro incierto.
La biblioteca nacional en la Avenida Panespistimiou
“Estoy en un estado olimpiano. Aspiro la Antigüedad a pleno cerebro. La vista del Partenón es una de las cosas que más profundamente han penetrado en mi vida. ”
Gustave Flaubert, Viaje por Oriente
En el origen de Atenas se encuentra Zeus, el primer dios del Olimpo. Zeus era un dios verbenero que se enamoraba con gran facilidad. Uno de sus amores fue Parsifae, esposa de Minos, rey de Creta. Como Parsifae le negaba sus favores, Zeus la convirtió en vaca y él, a su vez, se transformó en toro. Fruto de estos ilícitos amores nació un monstruo, el Minotauro, mitad hombre y mitad toro. Minos, sin saber qué hacer con ése que el creía su hijo, lo encerró en un palacio construido por Dédalo.
El Minotauro se alimentaba de jóvenes y doncellas, uno cada luna llena. Esa estremecedora dieta, debía ser suministrada por el rey de Atenas, Egeo, ya que había perdido una guerra contra Creta y no le quedaba otra alternativa que comprometerse a enviar cada año un barco con doce vírgenes, seis varones y seis hembras. Era eso o la destrucción de Atenas. Mientras todos se lamentaban, el valiente Teseo, hijo del rey de Atenas, se presentó voluntario para partir con la intención de acabar con el Minotauro. En un barco con las velas negras -anticipando el luto que la misión provocaría-, marchó Teseo con los demás jóvenes. A su padre le prometió que acabaría con el monstruo y a su regreso navegaría con blancas velas.
Al llegar a Creta, Ariadna se enamoró de inmediato del joven y valiente Teseo. Con el fin de ayudarle a escapar del laberinto, le entregó un ovillo atado a una piedra. De esa forma, Teseo logró acabar con la sangría que el Minotauro representaba para su pueblo y salir con vida del laberinto.
Por desgracia, en el viaje de vuelta, una tormenta provocó que el barco arribara a una isla donde Ariadna se perdió. La tristeza le aturdió olvidando cambiar el color de las velas. Su padre, Egeo, amargado por la pena, se tiró al mar que hoy lleva su nombre y Teseo se convirtió en rey y fundador de Atenas.
El Paseo de la Virgen del Puerto es, sin duda, mi calle favorita, y eso que ahora está completamente desconocido. Me gusta por su ermita, porque está rodeado de uno de los más bellos jardines de la ciudad (los jardines del Campo del Moro -cerrados a cal y canto cuando yo era pequeña), pero, sobre todo, me gusta porque es el lugar que fue testigo de mi adolescencia y sus muchas primeras veces.
Tras ella, e igualmente por motivos nada objetivos, la calle donde nací es mi favorita. Es cierto que su situación, casi en pleno centro de Madrid la hace envidiable. Pero la razón por la que es muy especial para mí es que, justo al lado, se abre un insólito pinar. Por él cabalgamos nuestros juegos - y sueños- durante toda la infancia.
De ambas calles, una de las cosas que yo más disfrutaba, era su verdor. Toda la vereda que daba al río estaba tapizada de praderas que el otoño cubría de hojas que nadie se molestaba en retirar. De aquellos grandes chopos ya no queda practicamente nada.
Así pues, no puedo decir que la Gran Vía sea mi calle favorita, pero sí la que más me gusta. A ella escapábamos con los primeros permisos paternos para tomar el autobús sin mayores a nuestro alrededor. En ella disfrutábamos de los estrenos de cine mucho antes de que las películas se proyectaran en doble sesión continua en el barrio. Allá acudíamos en busca de saldos en los Almaces Arias. O a merendar tortitas con nata en alguna de sus lujosas cafeterías - Manila, California-, con la tranquilidad de ahorrarnos el billete de vuelta porque el regreso era cuesta abajo. O, simplemente, íbamos por allí a ver.
Madrid es mi ciudad y, si bien siempre eché en ella de menos el mar, al menos tiene la Gran Vía para pasear. Hoy, viviendo fuera, todavía la aprecio más. La mitad de su vida es buena parte de mi historia.
Foto: Torreta de vigilancia en Berlín orietnal, 1989, eMi
Foto: Soldados rusos en 1989, eMi
Foto: Metro en el Berlín oriental, eMi
Una experiencia única. Un viaje que nada tuvo que ver con lo turístico. Un contacto con la realidad que acabó con la utopía. Un sueño del que despertamos para vernos de lleno en la tristeza del blanco o negro. Fin de una etapa. Comienzo de la edad madura.
No, no es que el lugar tuviera magia. Mágicos fueron los días que nos permitieron vivir en primera persona un proceso histórico que afectaría más o menos directamente a nuestras vidas. Fue todo un privilegio conocer un mundo que iniciaba su desaparición para siempre. Un mundo derribado como el propio Muro. Atravesar el checkpoint Charlie, verse abrazado por desconocidos por la mera alegría de tener contacto con alguien del otro lado, viajar en metros absolutamente limpios de publicidad, pasear por plazas sin ceniceros ni colillas, volar en aviones con rotos cinturones de seguridad, emborracharse para no ser groseros con la hospitalidad (imposible rechazar los chupitos o no corresponder con más), disfrutar de "La flauta mágica" por el módico precio de 10 pesetas, viajar en tranvía por 20 céntimos, son algunos ejemplos de la mágia que vivimos unos días después de que los berlineses empezaran a picar el Muro (yo conservo mi trocito).
A un alma se le mide por la amplitud de sus deseos, del mismo modo que se juzga de antemano una catedral por la altura de sus torres.
Gustave Flaubert
De todos es sabido el gusto de los ingleses por considerar cada cosa como lo más de algo. Pues bien, este bellezón acumula varios records:
Es la que más rápido se construyó –tan sólo 38 años (sin contar la aguja de la torre), de ahí su homogeneidad de estilo.
Su claustro es el más grande de Bretaña.
Conserva el reloj en funcionamiento más antiguo del mundo.
Guarda una de las cuatro únicas copias de la Carta Magna –por supuesto, la mejor conservada.
Tiene la aguja más alta de toda Inglaterra -no sé si por las prisas o por el peso de toda su magnitud (6.500 toneladas), pero la aguja, imitando a la famosa torre de Pisa, está inclinada.
Foto: Interior de la catedral de Salisbury, eMi
La catedral de Salisbury es un bellezón. El problema son sus innumerables visitantes, un hormiguero en constante movimiento con su correspondiente bullicio. Cuando llegamos llovía y un coro de niños con una solista angelical ensayaba para el concierto de la tarde. Con un esfuerzo de concentración, conseguí olvidarme del equipo que preparaba las luces y montaba el sonido. Un regalo inesperado de esos que dan las iglesias británicas.
¿Os imagináis cómo sería esta misma catedral hace 700 años? ¿Qué cara se le pondría al campesino cuando descubriera una de estas gárgolas?
Foto: Gárgola de la catedral de Salisbury, eMi
¿Cómo sería cuando Constable la pintó?
Cuadro: La catedral de Salisbury vista desde el jardín del palacio arzobispal (1823), John Constable
Bueno, seamos menos ambiciosos, ¿qué tal haber estudiado el bachillerato en el antiguo palacio arzobispal, a la sombra de su torre? ¿O tener el privilegio de ser el primero en entrar cada mañana en el “gigante”? ¿O, quizás, ver las cosas desde lo alto de su aguja? (“No son diferentes, simplemente son más pequeñas”, dice la persona encargada de su mantenimiento desde hace 40 años.
La catedral de Salisbury seguirá allí cuando nosotros nos hayamos ido y por sus naves pasearán siempre los mismos aunque distintos visitantes como el agua que interminable circula por su fuente.
Fotos: Exteriores y bóveda de la catedral de Chichester, Julius y eMi
"Lo que sobrevivirá de nosostros es el amor"
Philip Larkin, Una tumba en Arundel
En la bellísima catedral de Chichester, con más de 900 años de antiguedad, se encuentran algunas interesantes piezas de arte contemporáneo. La más destacable es quizás esta vidriera de Marc Chagall, instalada en 1978 e inspirada en el salmo 150 del Levítico.
Fotos: Chagall's Window, Julius
Let everything that has breath praise the Lord Let every creature under God's sun praise the Lord Let all the mountains, let all the valleys Let all the hillsides sing of His glory Let everything that has breath praise the Lord Israel had a war to fight but the Lord showed them the secret He said the battle this day is mine, but you must listen how to do it Put your singers first in front of the rest Let them praise and sing to me And you will see the salvation of your God And watch your enemies flee Paul and Silas were thrown in jail For preaching the gospel of Christ Though in chains they praised His name singing songs in the night Just then an earthquake shook the place and the chains and the doors were loosened Then the jailer ran in scared to and that day he found salvation
(Letra de una canción gospel basada en en Salmo 150)
También contemporáneos son dos tapices de colores brillantes, uno de John Piper y otro, menos famoso, pero, en mi opinión, más espectacular de Úrsula Benker-Schirmer.
Mención aparte se merece este relieve en una jamba de la puerta principal (bueno, algún día será considerado como se merece).
Sin embargo, una de las piezas que más me gustó es la tumba de Richard Fitzalan Earl of Arundel y su esposa Eleonor, que inspiró el bello poema de Philip Larkin (An Arundel Tomb).
En el siglo XIX Stonehenge se convirtió en una obsesión para todo tipo de artistas. Estas enigmáticas ruinas fueron estudiadas e inspiraron a un gran número de escritores y todo tipo de artistas.
Entre las obras literarias en las que aparece Stonehege, quizás el texto más famoso es el de Thomas Hardy, cuando, al final de Tess of the D'Ubervilles (1891) se describe el lugar al que llegan por casualidad los protagonistas, Angel and Tess, en su huida.
Edgar Allan Poe escribió, Stonehenge, la danza del gigante, fiel reflejo de lo que puede verse aún hoy:
El apilamiento denominado Stonehenge es un conjunto de piedras verticales y horizontales en la planicie de Salisbury, en Inglaterra, al que se considera vestigio de un antiguo templo druídico. Dada su singularidad, y considerando el misterio de su origen y localización, ha despertado más sorpresa y curiosidad que cualquier otra reliquia antigua de la Gran Bretaña.
Se encuentra situada cerca de dos millas justo al oeste de Amesbury, y a siete al norte de Salisbury, en Wiltshire. Cuando se le ve a distancia, parece un objeto pequeño e insignificante, pues su volumen y su perfil se pierden en el extenso espacio que lo rodea; incluso cuando se le examina más cercanamente, no logra llenar las expectativas de quien lo visita con exagerada predisposición. Para apreciar esta maravilla británica debe vérsele con la mirada del artista y contemplársele con un intelecto provisto del conocimiento histórico y arqueológico.
Stonehenge, a pesar de lo mucho que se ha dicho en sentido contrario, es completamente distinto a cualquier otro monumento de los que hoy quedan en Europa. Muchas de sus piedras han sido cortadas en escuadra o talladas como por arte; y encima del círculo externo se han colocado series continuas de bloques cuadrangulares que se superponen a los bloques verticales y dejan ver hendiduras y dentelladas, o cavidades regulares en los bloques transversales, que proyectan rasgos sobre los perpendiculares. Casi todos los demás ejemplos de círculos druídicos están hechos de piedras en bruto no talladas, y no están encimadas.
Nuestro grabado representa la actual apariencia de Stonehenge -un confuso montón de piedras enhiestas y caídas. Su disposición original, sin embargo, puede ser rápidamente captada. Por la situación y la condición de las que aún están en pie, y por los elementos que yacen caídos, estamos en posibilidad de juzgar el número y el sitio de las que han sido removidas.
El conjunto consiste en dos hileras circulares y otras dos filas o líneas curvas de piedras, cuyas formaciones y posiciones pueden inferirse fácilmente. Las piedras transversales o superpuestas yacen alrededor en un orden continuo del círculo exterior, y cinco bloques similares están encima de otros diez de la tercera hilera. El conjunto está rodeado por una acequia y un montículo de tierra, comunicados por otras tres piedras. El promontorio no excede los quince pies de altura y está en el exterior de la acequia. Esta línea circular parece tener una afilada entrada por el lado noreste, que está claramente señalada por sendos bancos y acequias, y ha sido denominada La Avenida. Al aproximarse a Stonehenge por esta dirección, nos topamos primeramente con una inmensa piedra sin labrar llamada El talón del fraile, que ahora se encuentra inclinada y mide aproximadamente diez y seis pies de altura. Justo al empezar el promontorio yace otra piedra en el suelo, mide veintiún pies y dos pulgadas de largo, y se localiza a unos cien pies de la piedra antes mencionada, a la misma distancia hacia afuera del círculo extremo. Cada megalito superpuesto en este círculo presenta dos hendiduras visibles correspondientes a dos bordes en la parte superior de cada bloque vertical. Las superpuestas se juntan así para formar una serie continua de arquitrabes. Las piedras del círculo interno son mucho más pequeñas e irregulares que las del externo. Dentro de estos dos círculos hay dos hileras internas de piedras, una de las cuales constituye la porción más grande de Stonehenge. Cada fila está integrada por cinco diferentes trilitos -un trilito consiste en una piedra transversal encima de dos verticales. El desarrollo aquí parece ser el mejor. La fila interior llama inmediatamente la atención y está integrada por diecinueve piedras verticales sin ninguna sobrepuesta transversalmente, e inclinadas todas de manera piramidal. La más perfecta de ellas mide siete pies y medio de altura. La Piedra del Altar, como normalmente se le llama, yace al ras de la tierra y serviría como tal en el templo. El número total de piedras del que se componía Stonehenge era, según el plano y los cálculos del Dr. Smith, de ciento veintinueve. Algunas de éstas eran de arenisca compacta y otras de arcilla fina, entremezcladas con arena negra, feldespato, cuarzo, clorita, algo de esquisto de silicio o esquisto de argilácea, y algo del llamado cuerno rocoso. La Piedra del Altar es de caliza gris.
Respecto de la historia de estos extraordinarios monumentos existen pocos antecedentes confiables. El recuento más antiguo lo consigna Nenio, quien vivió en el siglo octavo y afirmaba que los megalitos fueron erigidos por los bretones para rememorar una masacre que tuvo lugar en ese punto. Las Tríadas Históricas de Gales refieren su origen a la misma causa. Camden llama demencial a la estructura, pero no dice nada para avalar su observación. Los autores modernos han sido profusos en la especulación, pero nada más. La opinión general parece estar a favor de un templo druídico. El reverendo James Ingram supone que ha sido un cementerio pagano. Los comentarios de Borlase señalan que el trabajo de Stonehenge debe de haber sido producto de una nación grande y poderosa, y no de una comunidad limitada de sacerdotes. La grandeza del diseño, la lejanía de los materiales, la prolijidad con la que necesariamente debieron asistir tales empresas, todo demuestra que una construcción como ésa era fruto de la paz y la religión. Bryant, cuya autoridad consideramos superior a cualquiera, desacreditó por completo la teoría druídica.
Pueden permitírsenos concluir este breve artículo con un extracto del historiador griego Diódoro Sículo, y dejamos la aplicación del pasaje al criterio o la imaginación de nuestros lectores:
Entre los autores de la antigüedad, Hecateo y algunos otros relatan que hay una isla en el océano, frente al Redaño Céltico, cuya dimensión no es inferior en tamaño a Sicilia, que queda hacia el norte y fue habitada por hiperbóreos, que son llamados así porque viven más allá del viento del norte. La tierra es excelente y fecunda, y la cosecha se recoge dos veces al año. La tradición dice que Latona nació aquí y, por consiguiente, Apolo fue adorado antes que cualquier otra deidad. A él también está dedicado un templo de forma circular.
Las supersticiones antiguas acreditaban a los gigantes la construcción de Stonehenge, bajo la creencia de que apilamientos como esos sólo podían ser removidos por el poder de un gigante -de allí el nombre de Choir-gaur, que literalmente quiere decir La Danza del Gigante.
El número completo de piedras ahora visible es de ciento nueve.
Fotos: Walking in the morning,Dirk Delbaere,The sunshine, The moonlight, Your hometown, Kiko, Love will tear us apart, Malla_mi
San Diego Serenade, Tom Waits
I never saw the morning til I stayed up all night I never saw the sunshine til you turned out the light I never saw my hometown until I stayed away too long I never heard the melody, until I needed a song.
I never saw the white line, til I was leaving you behind I never knew I needed you til I was caught up in a bind I never spoke i love you til I cursed you in vain, I never felt my heartstrings until I nearly went insane.
I never saw the east coast til I move to the west I never saw the moonlight until it shone off your breast I never saw your heart til someone tried to steal, Tried to steal it away I never saw your tears until they rolled down your face.