viernes, 14 de mayo de 2010

Negro aljibe de madera



Alfredo Zitarrosa, fragmento de Guitarra Negra, 1972


Hace un buen rato ya que doy trabajo y vengo acostumbrándome al desuso de mi alma, a la razón del enemigo, a mis sesenta cigarrillos diarios, a las malas costumbres de mis canciones, que de algún modo siempre fueron nuestras, vos lo sabés, guitarra negra...

Hoy reanudo en un cómico enderezo la hora de ayer parada en su nostalgia. Me hacen sufrir las alas que me puse para volar, mas grito y se alzan, gimo y me acompañan, río y baten de a dos, como que están amándose y se odian, sin embargo mis dos alas se odian, se enderezan, se hacen amigas mías para llevarme por todas partes: allá está la canción, aquí la nada... Más allá el pueblo y más acá el amor...

Pero el pueblo está también más acá... Y antes estaba allá también, detrás del pueblo el pueblo...

Hemos viajado por todos mis caprichos y el pueblo hozando el piso, amándose con alas como las mías... Odiando su destino, odiándome y amándome sin alas, con millones de pies, con manos y cabezas y lenguas... Y sus mil bocas dicen: "Ahora, la suerte ya está echada..."

La mariposa viene hacia mí en la calle, en el aire húmedo, por el aire húmedo bailando, por el aire agobiante, ominoso, bailando en el aire caliente... Y yo vi que no era a mí a quien buscaba sino a la muerte... Y que no buscaba la muerte también vi, porque no era mariposa de la cudad de hierro, ni nacida para eso, sino que era mariposa nada más, en la ciudad, presa y ya muerta de antemano, fatalmente... Buscando en ese bailar loco y frágil un ala, un grano, una pizca de polen en el cemento... Porque la mariposa nace y no aprende nada hasta que muere en cualquier sitio, herida de muerte por su semana justa, por su tiempo preciso, por su sorbito de vida ya bebida... Eso no es tan triste... Triste es ver su cadena de huevos en el hollín, depositados junto a un río de aceite, a la sombra de las altas paredes de cemento... Su cadena de huevos de seda...

Hago falta... Yo siento que la vida se agita nerviosa si no comparezco, si no estoy... Siento que hay un sitio para mí en la fila, que se ve ese vacío, que hay una respiración que falta, que defraudo una espera... Siento la tristeza o la ira inexpresada del compañero, el amor del que me aguarda lastimado... Falta mi cara en la gráfica del pueblo, mi voz en la consigna, en el canto, en la pasión de andar, mis piernas en la marcha, mis zapatos hollando el polvo... Los ojos míos en la contemplación del mañana... Mis manos en la bandera, en el martillo, en la guitarra, mi lengua en el idioma de todos, el gesto de mi cara en la honda preocupación de mis hermanos.

Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra, guitarra negra...

Dice Enrique, mi hermano, que hay cierto perro hundido que se lame mansamente y nos lame, lamiéndose, una herida quieta allá al fondo, sentado en su escalón... Y dice más mi hermano el otro Enrique, en Praga. Dice que amarte con certeza, hacerte enteramente hembra, darte lo que de vida tengan mis urgencias será amar más y más a Jaime; amarlo, más de veras... Por su alma, su propio perro mordedor bajo el garrote, el cable, el puñetazo, la bolsa de arpillera, el plantón y el insulto... La olvidada mejilla que no ponen ni él ni nadie a golpear... Sino con hambre y Rita y José Luis, con Gerardo y Raúl y Rosa y Sara y Mauricio... Y por todos nuestros muertos... Y he sabido, guitarra, que este otro perro que criaste, ladrador, campesino, a veces manso o vigilante, que roe su propio hueso en la penumbra y gruñe... cual casi todo perro popular, vagará por tus anchas veredas, tus milongas sangrantes... hasta morir también... Tal vez un día... De soledad y rabia... De ternura... O de algún violento amor: de amor… sin duda.

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