Cuadro: Retrato de Helena de Kay, Winslow Homer, 1874. Museo Thyssen-Bornemisza
A los 47 años, es decir, en 1883, Winslow Homer por fin encontró su hogar en Prouts Neck. Una casa en la costa de Maine (USA) con un enorme balcón que se asomaba al mar como la proa de un barco. Toda la familia Homer se reunía allí en verano desde que el hermano menor celebrara su luna de miel en ese lugar. Al fallecer la madre, el pintor se hizo su propia casa en el establo y construyó encima una segunda planta con un gran porche cubierto. Allí regresaba para pasar al óleo los bocetos y apuntes que tomaba en sus viajes. Allí conseguía la soledad que ansiaba. Allí, al pasar a representar el enfrentamiento entre el destino del hombre y las fuerzas de la naturaleza, logró alcanzar el momento artístico de gloria que hasta entonces le había esquivado. Y allí murió, en 1910, a la edad de 74 años. El auténtico reconocimiento a su trabajo le llegaría, como suele suceder, más tarde.
En la década de los 70, W. Homer inició una serie de pinturas en las que la figura femenina era la protagonista. Son mujeres solas, absortas en sus pensamientos o en su tarea. Es a esta época a la que pertenece este Retrato de Helena De Kay. El cuadro aparece fechado el 3 de junio de 1874, día de la boda de Helena con el poeta Richard Watson Gilder (1844-1909), pero seguramente lo habría empezado mucho antes. Probablemente cuando el pintor ya sabía que Helena prefería al poeta.
En un artículo publicado en la revista Magazine Antiques (febrero, 2002), Sarah Burns, tras estudiar seis cartas escritas por W. Homer (desconocidas hasta entonces), confirma lo que ya algunos sospechaban, que el pintor se mantuvo soltero toda su vida después de haber cortejado sin éxito a Helena de Kay (1846-1916).
El cuadro queda revelado así, no como un simple retrato, sino como la representación simbólica de la decepción amorosa del pintor. Sara Burns explica tres de las cuatro claves que ofrece el cuadro. En primer lugar, la mujer aparece vestida totalmente de negro, un negro sólo aligerado por el toque plateado en el cuello de su vestido. Sin embargo, el negro no era el color preferido ni habitual de la también pintora Helena de Kay, que gustaba de colores mucho más alegres (el dato se conoce gracias a la correspondencia que mantiene con su amiga Mary Hallock). El negro expresaría el duelo de Homer por la pérdida de ese amor. En segundo lugar, el libro cerrado sobre su regazo, representaría el final irreversible de la relación. Y, por último, la rosa (emblema en la firma de Helena) medio desojada y caída sobre el suelo, sería el símbolo del amor no correspondido. El porqué ella aparece representada con la cabeza agachada, queda abierto a la interpretación del observador ya que Sarah Burns no nos da ninguna explicación de este detalle. Sin embargo, a mi me parece otro de los elementos claves de este retrato, tan lleno de símbolos como un retrato renacentista.
A los 47 años, es decir, en 1883, Winslow Homer por fin encontró su hogar en Prouts Neck. Una casa en la costa de Maine (USA) con un enorme balcón que se asomaba al mar como la proa de un barco. Toda la familia Homer se reunía allí en verano desde que el hermano menor celebrara su luna de miel en ese lugar. Al fallecer la madre, el pintor se hizo su propia casa en el establo y construyó encima una segunda planta con un gran porche cubierto. Allí regresaba para pasar al óleo los bocetos y apuntes que tomaba en sus viajes. Allí conseguía la soledad que ansiaba. Allí, al pasar a representar el enfrentamiento entre el destino del hombre y las fuerzas de la naturaleza, logró alcanzar el momento artístico de gloria que hasta entonces le había esquivado. Y allí murió, en 1910, a la edad de 74 años. El auténtico reconocimiento a su trabajo le llegaría, como suele suceder, más tarde.
En la década de los 70, W. Homer inició una serie de pinturas en las que la figura femenina era la protagonista. Son mujeres solas, absortas en sus pensamientos o en su tarea. Es a esta época a la que pertenece este Retrato de Helena De Kay. El cuadro aparece fechado el 3 de junio de 1874, día de la boda de Helena con el poeta Richard Watson Gilder (1844-1909), pero seguramente lo habría empezado mucho antes. Probablemente cuando el pintor ya sabía que Helena prefería al poeta.
En un artículo publicado en la revista Magazine Antiques (febrero, 2002), Sarah Burns, tras estudiar seis cartas escritas por W. Homer (desconocidas hasta entonces), confirma lo que ya algunos sospechaban, que el pintor se mantuvo soltero toda su vida después de haber cortejado sin éxito a Helena de Kay (1846-1916).
El cuadro queda revelado así, no como un simple retrato, sino como la representación simbólica de la decepción amorosa del pintor. Sara Burns explica tres de las cuatro claves que ofrece el cuadro. En primer lugar, la mujer aparece vestida totalmente de negro, un negro sólo aligerado por el toque plateado en el cuello de su vestido. Sin embargo, el negro no era el color preferido ni habitual de la también pintora Helena de Kay, que gustaba de colores mucho más alegres (el dato se conoce gracias a la correspondencia que mantiene con su amiga Mary Hallock). El negro expresaría el duelo de Homer por la pérdida de ese amor. En segundo lugar, el libro cerrado sobre su regazo, representaría el final irreversible de la relación. Y, por último, la rosa (emblema en la firma de Helena) medio desojada y caída sobre el suelo, sería el símbolo del amor no correspondido. El porqué ella aparece representada con la cabeza agachada, queda abierto a la interpretación del observador ya que Sarah Burns no nos da ninguna explicación de este detalle. Sin embargo, a mi me parece otro de los elementos claves de este retrato, tan lleno de símbolos como un retrato renacentista.
No nos has dicho cuál es tu teoría. La esperamos con interés.
ResponderEliminarun saludo
Me uno a la espera y añado ¿De dónde sacas esta maravillas?
ResponderEliminarYa no me quedan uñas!!!! Sigo con las de los pies....
ResponderEliminarCuando vi el cuadro por primera vez, (un marca páginas, regalo de mi hermana el domingo pasado) lo primero que pensé es que la mujer se había quedado dormida leyendo. Pero, al ver la imagen ampliada, vi sus ojos entreabiertos, la mirada baja, perdida. Entonces caí en la cuenta de que estaba de luto y pensé que se trataba de una mujer en pleno duelo, ensimismada en sus recuerdos, con un libro de oración cerrado y el corazón roto (la rosa tirada en el suelo).
ResponderEliminarAl intentar averiguar quién fue Helena de Kay y quién se le había muerto, encontré el artículo sobre las cartas de Winslow Homer. Él la pretendió y ella le rechazó y, por lo visto la madre de Helena tuvo algo que ver en esa decisión. De ahí que piense que la cabeza agachada represente la tristeza compartida. No sólo el pintor, sino también ella, sufren por la separación inevitable que el día de la boda marca.
Un saludo a todos..
Hola Emi,
ResponderEliminarOtra de esas casualidades, es tambien el gusto por W.Homer.
Como ya habrás visto en el blog, fue mi musa en sus comienzos, hay unos cuantos cuadros de Homer allí. Es uno de mis pintores favoritos. La historia que has contado sólo le hace crecer más si cabe. Parece que el que una persona haya sido privada de su amor, le engrandece. Saber de su sufrimiento por amor, hace sentir pena por él. El era un hombre que supo captar el alma femenina en sus cuadros, la mujer es casi siempre su musa y casi siempre transmite sentimientos, sensaciones, haciéndolo desde dentro de ellas, el pintor parece un mero testigo.
Un beso Emi,
ana
Muy interesante el Post Emi. Sería interesante saber si W.Homer la volvió a ver o si realizó algún cuadro de ella con posterioridad. Si ella, como parece entreverse, estaba también enamorada de él, debió de ser un martirio para ambos. De todas formas puede que todo sean imaginaciones de Sara Burns y el cuadro sea tal y como aparecía en la realidad Helena.
ResponderEliminarLos humanos somos muy dados a tener visiones románticas de las cosas que, en realidad, son muy prosaicas.
Besos
Hola, no soy nada experta en analizar cuadros pero imitando el gesto de la dama y leyendo las otras pistas que nos da el pintor, pienso que es posible que estuviese inspirando de manera fuerte. Me explico, estaba apesadumbrada, nada había salido como pensaba, su amor ya no lo era y ella se sentía triste, vencida por la melancolía, sus manos no podían mantener abierto el libro, la rosa abatida, la cabeza se rendía sobre su pecho y un suspiro a la inversa emergía de su pecho como queriendo recuperar los anhelos guardados (ya ya perdidos) en su corazón.
ResponderEliminarLa pena, como una tenaza, la tenía presa.
Disculpad el rollo, me metí en el papel :-)).
Saludos. Un bonito blog!.
Ana,
ResponderEliminarpues he de reconocer que había visto alguna acuarela y cuadro suyos, pero ninguno me había atraído tanto como este retrato- ni siquiera lo había visto en el Thyssen!
Isg,
no he investigado lo suficiente, pero sé que antes sí le había hecho otros retratos, en cambio, creo que después no. Lo de que ella estuviera enamorada de él es muy aventurado decirlo. De Kay, aparentemente, fue feliz en su matrimonio y tuvo cuatro hijos. Quizás, eso sí, le costó tomar una decisión y su madre la ayudó. Los matrimonios a finales del XIX tenían poco de románticos en la mayoría de los casos.
Cristina,
no sólo no hay que disculparte, sino que se agradece. Cuando me quedé enganchada al cuadro, pensé que era digno de una novela o, al menos, de un cuento corto. ¿Te atreves?.
Bienvenida y gracias por el piropo.
Por cierto, Pipo es guapo, ¿eh?
Vaya reto :-)).
ResponderEliminarDejo la idea "cocinándose" en mi cabeza y a ver si sale algo comestible.
Pipo es guapo, sí. Y lo que es, más aún, es un diablillo incorregible. Hoy ha tocado noche de "maniobras"; creo que esta etapa es la más costosa. Pero resistiremos...ambos :-)).
Un abrazo.
Puffff! Que simple que soy... Necesitaría varias vidas (largas) para ver todo eso que cuentas en ese cuadro.
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