Cuadro: Blackboard, Winslow Homer (1877)
"Un maestro afecta a la eternidad, nunca sabe dónde termina su influencia"
Henry Adams
Ser profesora –decir maestra me produce pudor- ha sido y es para mi mucho más que una profesión. Es una forma de vida. Jamás, desde que yo recuerdo -y mi madre recuerda-, he querido ser otra cosa. Y cuando, por necesidad, me he visto obligada a ello, he sido profundamente desdichada. Ahora, que se cumplen 20 años de ser puente, me doy cuenta de lo mucho que, en lo personal, me ha aportado mi elección.
Ser profesora exige ser una estudiante perpetua. Requiere dedicación plena. Es un camino lleno de encuentros y desencuentros. Y agota. Agota la tensión constante de los opuestos. Agota verse obligada a ser ambidiestra y usar las dos manos con idéntica habilidad y frecuencia: “Una de hierro y otra de seda”, como nos aconsejaba en los inicios una maestra ya jubilada. Agota la constante exigencia de intervenir: “En pedagogía, es mejor equivocarse que no actuar”, dice uno de mis referentes en la enseñanza y compañera de fatigas. Agota porque requiere mucho entusiasmo y entrega personal. Hay días en que te plantarías. Y lo dices. Se acabó: “que les peten”. Pero, no puedes. No puedes plantarte, ni permitir que nadie les deje plantados.
Cualquiera sabe, o puede aprender, lo que nosotros, los profesores, sabemos. La diferencia es que el maestro entrega su saber porque tiene necesidad de ello. Sólo cuando el poeta o el pintor escriben o pintan por pura necesidad, pueden empezar a llamarse poetas o pintores. Del mismo modo, el primer requisito para convertirse en maestro es sentir necesidad. Necesidad de transmitir (emociones, imágenes, saber). Porque el maestro no sólo enseña, sobre todo, transmite. Y no lo hace porque quiera, sino porque no puede evitarlo.
Esta profesión es un continuo derroche de amor. Amor a fondo perdido dado que, lógicamente, no siempre es correspondido. Durante la adolescencia desaparecen con mucha frecuencia la admiración y el aprecio hacia los adultos y es por ello que, incluso el profesor entusiasta y con gran capacidad de comunicación, percibe en muchas ocasiones, rechazo y negatividad. Sin embargo, antes de terminar el bachillerato, los alumnos han crecido. Tanto, que no sólo tienes que auparte para darles el beso de despedida, sino que, a veces, tienes que auparte moralmente para estar a su altura. Lo más misterioso de esta profesión es todo lo que aprendes, todo lo que ellos nos enseñan mientras les estamos enseñando. Por desgracia, alguno habrá que nunca crezca, y, aunque, inevitablemente, sintamos alivio el día de su partida, es imposible no quererlos.
Ese día, el día de la partida, llega indefectiblemente. “Ellos se van y tú te quedas”. La mayoría se despide para siempre y nos olvidamos hasta de sus nombres. Pero unos pocos quedarán donde se quedaron algunos de nuestros maestros, en nuestro recuerdo, en un rincón reservado de nuestro corazón.
Este es un homenaje a la profesión más bella -más importante- del mundo,
a los maestros
y a los alumnos que nos llevan en su recuerdo.