"Un maestro afecta a la eternidad, nunca sabe dónde termina su influencia"
Henry Adams
Ser profesora –decir maestra me produce pudor- ha sido y es para mi mucho más que una profesión. Es una forma de vida. Jamás, desde que yo recuerdo -y mi madre recuerda-, he querido ser otra cosa. Y cuando, por necesidad, me he visto obligada a ello, he sido profundamente desdichada. Ahora, que se cumplen 20 años de ser puente, me doy cuenta de lo mucho que, en lo personal, me ha aportado mi elección.
Ser profesora exige ser una estudiante perpetua. Requiere dedicación plena. Es un camino lleno de encuentros y desencuentros. Y agota. Agota la tensión constante de los opuestos. Agota verse obligada a ser ambidiestra y usar las dos manos con idéntica habilidad y frecuencia: “Una de hierro y otra de seda”, como nos aconsejaba en los inicios una maestra ya jubilada. Agota la constante exigencia de intervenir: “En pedagogía, es mejor equivocarse que no actuar”, dice uno de mis referentes en la enseñanza y compañera de fatigas. Agota porque requiere mucho entusiasmo y entrega personal. Hay días en que te plantarías. Y lo dices. Se acabó: “que les peten”. Pero, no puedes. No puedes plantarte, ni permitir que nadie les deje plantados.
Cualquiera sabe, o puede aprender, lo que nosotros, los profesores, sabemos. La diferencia es que el maestro entrega su saber porque tiene necesidad de ello. Sólo cuando el poeta o el pintor escriben o pintan por pura necesidad, pueden empezar a llamarse poetas o pintores. Del mismo modo, el primer requisito para convertirse en maestro es sentir necesidad. Necesidad de transmitir (emociones, imágenes, saber). Porque el maestro no sólo enseña, sobre todo, transmite. Y no lo hace porque quiera, sino porque no puede evitarlo.
Esta profesión es un continuo derroche de amor. Amor a fondo perdido dado que, lógicamente, no siempre es correspondido. Durante la adolescencia desaparecen con mucha frecuencia la admiración y el aprecio hacia los adultos y es por ello que, incluso el profesor entusiasta y con gran capacidad de comunicación, percibe en muchas ocasiones, rechazo y negatividad. Sin embargo, antes de terminar el bachillerato, los alumnos han crecido. Tanto, que no sólo tienes que auparte para darles el beso de despedida, sino que, a veces, tienes que auparte moralmente para estar a su altura. Lo más misterioso de esta profesión es todo lo que aprendes, todo lo que ellos nos enseñan mientras les estamos enseñando. Por desgracia, alguno habrá que nunca crezca, y, aunque, inevitablemente, sintamos alivio el día de su partida, es imposible no quererlos.
Ese día, el día de la partida, llega indefectiblemente. “Ellos se van y tú te quedas”. La mayoría se despide para siempre y nos olvidamos hasta de sus nombres. Pero unos pocos quedarán donde se quedaron algunos de nuestros maestros, en nuestro recuerdo, en un rincón reservado de nuestro corazón.
Este es un homenaje a la profesión más bella -más importante- del mundo,
a los maestros
y a los alumnos que nos llevan en su recuerdo.
Cuánta razón, eh? y eso que mis alumnitos son demasiado dóciles todavía, una bendición de trabajo que a mí al menos me hace totalmente feliz.
ResponderEliminarPuse ese cuadro en mi blog.
Un beso Emi,
ana
Somos afortunadas. ¿Cuántas coincidencias llevamos ya?.
ResponderEliminarEl cuadro es una preciosidad. No recordaba éste en tu blog. Es sencillo y hermoso, un poco triste.
Me inspira esa tristeza la carita de susto de la muchacha. Ella no es la maestra ¿verdad? Aunque hay maestras tan jóvenes... A lo mejor por eso está asustada.
Yo diría que sí es la maestra. Su postura relajada, el brazo en la espalde agarrando el otro...en su clase de geometría, un poco aburridilla eso sí. Pero es joven y la inexperiencia se refleja en el rostro. Es un cuadro muy tierno, muy evocador de otros tiempos en los que se trabajaba mucho en el encerado.
ResponderEliminarUn beso profa,
ana
Creo que si hay alguna profesión auténticamente vocacional es la de maestro/a. Se tiene que querer mucho a la enseñanza para encerrarse con treinta bichos en una clase. También sucede que en la sociedad actual, se suele depositar un peso añadido en vosotras, que es el de la educación de los hijos, bueno no sé si lo he dicho bien, vosotras estáis para enseñar, y los padres para educar.
ResponderEliminarBesos.
Y esto en que planeta es?
ResponderEliminarIsago, a veces, muchas más de lo deseado, son más de 30, eso sí, no todos bichos.
ResponderEliminarLa escuela también educa, debe educar. Un dicho africano, famoso gracias a Jose Antonio Marina, dice: "Para educar a un niño se necesita a toda la tribu". Todos tenemos el deber de educar, en la casa, en la escuela y hasta en la calle.
Rolex,
ResponderEliminarpor desgracia, no todos se dedican a la enseñanza por vocación. Los hay que lo hacen por "vacación". No conozco a casi ninguno, pero es un error de tamaño mayúsculo -se amargan y nos amargan.
Una mala experiencia en la escuela es posbible que se herede de padres a hijos. Hay que tener cuidado con eso. En todo caso, no hay que parar hasta encontrar un centro en el que puedas confiar, yo diría que es lo más importante para nuestros hijos después de la salud.
No entiendo muy bien que es eso de heredar de padres a hijos una mala experiencia...
ResponderEliminarAún así me parece muy pretenciono calificar la profesión como la más bella, la más importante. La profesión la hace el colectivo que la forma y ya no hace falta que diga mucho más.
Puedo comprender que valores tu trabajo, yo tambien el mio, pero mejor dejarlo ahí.
Basta ver "La lengua de las mariposas" para admirar la labor y el sacrificio que hacen los que se dedican a esa profesión. Incluso los que se encierran con, 12,administrativos, 12 en aula de informática, también tienen su mérito.
ResponderEliminarRolex,
ResponderEliminarme refiero a que algunos padres lo pasaron mal en la escuela y, al no superarlo, corren el riesgo de contagiar sus malas vibraciones a los hijos contagiándoles su propio trauma o problema.
Decir que mi profesión es la más bella no es pretencioso, es, eso sí, muy subjetivo. Pero, decir que es la más importante, no es ni pretencioso ni subjetivo. Sin maestros no habría progresos. Maestros, de alguna manera, somos todos , aunque, si los que nos hemos especializado en ello, recibieramos un poco más de reconocimiento social, a lo mejor, los alumnos y alumnas nos verían como lo que de verdad somos, unos mediadores entre ellos y el saber. Y si padres, alumnos y profesores nos apreciáramos como sería deseable, el paso por la escuela, sería una experiencia enriquecedora e innolvidable.
Arturo,
ResponderEliminarla canción de Patxi Andion, que tenía casi olvidada, a mi también me trajo a la memoria "La lengua de las mariposas". Preciosa descripción de un buen maestro de escuela.