Foto: Vela del Vergel, de Manuel Alcaide
Si entendemos la depresión como sufrimiento (o Dukkha), la depresión es la curación dado que el sufrimiento es la primera de las cuatro Nobles Verdades.
Casi todos los que están mal entrenados y quienes –como yo- no lo estamos en absoluto, iniciamos la huida tan pronto como percibimos los primeros síntomas de dolor. No es que yo no esté dispuesta a sufrir ni un poquito. No es eso. En mi caso, es el miedo a engancharme al sufrimiento --peligro del que me advierten los que bien me quieren- lo que me empuja a escapar de la verdadera solución a través del algodonoso sueño.
Sin embargo, siguiendo con el koan de Jaume, “la depresión es una curación” porque nos aporta sabiduría ya que nos permite contemplar el sufrimiento. La felicidad nos nubla los sentidos. Nos arrebata la oportunidad de desarrollar la paciencia y la entereza. La comodidad nos hace blandos, quejicas y descuidados. Así pues, debemos despertar al sufrimiento si lo que deseamos es acabar con él.
Es cuando conocemos el sufrimiento que nos sentamos a meditar en busca de una paz y tranquilidad… que no llegan. Y lo que viene a continuación es la deserción y con ella, la esclavitud a nuestros estados de ánimo.
Para poder meditar necesitamos saber qué es sufrir, así pues, ¿no será que lo que a mí me falta es dolor? Seguramente necesito sufrir más, sufrir peor.
O aislarme para no percibir tanto cariño, tanto amor como recibo. Ese amor que es un escudo protector más potente que el que Atenea recibió de Perseo.
Yo también os quiero. Y, aunque mi corazón sea un corazón sin entrenar, es un corazón agradecido. Y mi alma, aunque confundida, sabe dónde encontraros a cada uno.
Dicho ésto, afirmo: No he muerto, vivo. Y vivir es maravilloso. Una pasión, aunque sea inútil.
La carta de Carmelina Soto
No he muerto.
Vivo!
Vivir es maravilloso.
(Puede ser hasta inútil, pero es bello)
Es ocupar un sitio bajo el sol...
Un sitio...
y esto del sitio bajo el sol, no es poco.
Vivir es una pasión.
Una pasión tremenda.
Toda ilusión se pierde, se abate, se diluye.
Sólo el hambre y la sed de vivir nos acompañan,
llama voraz, sedienta, inútil.
Única ilusión.
Única lámpara
de nuestra noche irreductible.
En el naufragio... sólo su latido...
en la noche su flama turbadora.
Su fuerza. Su posibilidad definitiva.
Crucial. Única.
Vivo!
Esta verdad me exalta y me conturba.
Es septiembre... Y yo... vivo.
Porque vivir no es solamente el hecho
de tener un amigo o un hermano
ni haber el pan con nuestro sacrificio.
Vivir es un esfuerzo apasionado.
Arduo juego. Brutal ejercicio.
Vivir no es sólo la palabra: Vivo.
Ni el pequeño rencor de cada instante.
Ni haber el trigo sin claudicaciones.
Ni sufrir el oprobio con paciencia.
Vivir es muy distinto.
Es sentir la certeza, la confianza,
el ejercicio, la vigencia irrevocable,
la fuerza activa de ser
en acto puro... unísono... inefable.
Sentir el aletazo en flamas
de nuestra propia sangre vengativa
en nuestro corazón indefenso.
Arder... en suma
y dejar que la llama nos consuma.
Y resistirlo con valor,
con dignidad y con dolor,
con sed, con ansia, con ternura,
con amor,
con denuedo
y... y... con miedo.
Puede ser todo esto
o algo más o algo menos.
Puede ser nuestro grito frustrado,
repetido, perdido, sin sentido.
No importa!
Sólo importa estar vivo
en cada instante, en cada movimiento.
(Acto vital de júbilo y lamento)
P.D.
Te recuerdo.
No has muerto. Qué alegría!
Sientes el son del tiempo,
sobre la piel su mordedura fresca,
en la raíz del ser su sedimento,
su rasguño infalible?
Te recuerdo!
Te recuerdo!
Sufres? Trabajas? Luchas? Te entristeces?
Te recuerdo.
Yo pienso en ti y me pasa por la mente
como una nube grande el pensamiento.
(Nadie puede sentir lo que yo siento)
Vives.
Esta sola palabra me conforta.
Ah... y no me olvides
que estoy aún sobre la tierra hermosa.