"......Como todos los días, por la mañana muy temprano, Vincent con sus herramientas de trabajo, partió hacia el campo por la parte del castillo. Al medio día volvió a la pensión para comer pero volvió a partir. Nada en su actitud podía hacernos presentir lo que iba a pasar. Hasta entonces nunca se había presentado demasiado tarde a la mesa, ya que quería acostarse como las gallinas. Hasta aquel día, sin ninguna excepción, había comido en la pensión y por eso, al anochecer, nos inquietamos al comprobar que no venía. Esperamos mucho rato, hasta que nos decidimos a guardar su plato y comernos la sopa.
Cuando hubimos terminado todavía no había llegado; el día había sido muy caluroso y estábamos tomando el fresco en el portal esperando la hora de cerrar. Al cabo de un rato, por fin le vimos aparecer a lo lejos, pero su paso nos pareció extraño por no decir grotesco. Andaba a grandes zancadas y tambaleándose, con la cabeza un poco inclinada del lado de su oreja mutilada. Se habría dicho que había bebido demasiado. (...) aunque en nuestra casa nunca probó el alcohol.
La noche caía y en la semioscuridad, sólo mi madre notó que el señor Vincent se cogía el vientre y que parecía andar cojeando. Su chaqueta estaba abrochada. Al llegar cerca de nosotros, lo vimos pasar como una sombra sin saludar. Mi madre le dijo: «señor Vincent estábamos inquietos al no verle. ¿Qué le ha pasado?» Apoyándose unos instantes en la mesa de billar para no perder el equilibrio, respondió: «¡Oh nada, me he herido!» Franqueó la sala con un par de zancadas y subió penosamente los diecisiete tortuosos escalones que conducían a su habitación, en la buhardilla, cuyas paredes habían sido blanqueadas con cal y que recibía la luz del día por una pequeña lumbrera.
.....Yo curiosa como chica joven que era, me puse al pie de la escalera a escuchar y ciertamente, lo oí gemir, lo que le comuniqué a mis padres. Al instante mi madre dijo a mi padre: «Gustave, sube a ver, creo que el señor Vincent no está bien». Mi padre subió. Oyó como gemía. Al no estar la puerta cerrada, entró y vio al pintor tendido en estrecha cama de hierro, con su cara vuelta hacia la pared. (....) Mi padre le insistió '¿Qué le pasa?'. Entonces el señor Vincent se volvió hacia mi padre. Mire, dijo, y retirando su mano, mostró el lugar de su cuerpo, debajo del pecho, donde había un pequeño agujero ensangrentado. Una vez más mi padre le volvió a preguntar «Pero ¿qué es lo que ha hecho?», y esta vez el señor Vincent respondió: «Me he disparado un tiro....Esperemos que no haya fallado....»"
Adeline Ravoux (hija del dueño de la pensión Ravoux en Auvers-sur-Oise, donde vivió y murió Vincent)