viernes, 24 de octubre de 2008

Gatos

Foto: Autor desconocido

Foto: Gato veneciano, Julius

Alguien, hace mucho, mucho tiempo, me explicó algo que, entonces, yo no estaba preparada para comprender. Lo oí, lo entendí, pero, sin ser consciente de ello, no lo comprendí. “He vivido varias vidas”, me vino a decir.

Años después lo intuí. Transcurrieron, al menos, un par de mis vidas antes de darme cuenta de lo que aquellas palabras, en realidad, significaban.

Ya no sé por cual voy ahora, pero, desde luego, llevo varias - y espero que todavía pueda vivir alguna más. Al menos quisiera aguantar hasta 7. Esas son las que, se dice, tienen los gatos.

Y 17 fueron los años que Uzzi compartió conmigo. La recogí cuando ya no era una niña- había cumplido 2. Tan bella como arisca y malcriada, era una auténtica diva. Sus relaciones con la gente no eran, en consecuencia, precisamente buenas. Ahora que lo pienso, quizás sólo yo la soportaba. Bueno…, yo la adoraba. No me preguntéis por qué, porque sus caprichos me dieron más de un disgusto.

Sus peculiaridades rayaban en la extravagancia. Al principio, cada dos por tres, se desaparecía. Era su manera de castigarme por mi intento de alimentarla de forma saludable. Pero no hubo modo. Hasta que no le sacaba el jamón de York o el corazón de ternera crudo –cortadito en pequeños dados- no se dignaba a salir. Cuando olía sus manjares favoritos, caminando despacio, como pavoneando su poder sobre mí, salía y devoraba. Por unos instantes, su aristocrática compostura se desvanecía, para reaparecer en cuando dejaba de relamerse. Pronto tuve que renunciar a mis aspiraciones de vida sana.

Las visitas pequeñas eran las peor recibidas. Entonces sí que desaparecía, pero, si algún crío lograba ponerle una mano encima…, no era difícil que saliera con un arañazo de esos que escocían.

La peor parte se la llevaban los animales de mi patio. Los pájaros eran descabezados, las lagartijas desrabadas, las mariposas, ya moribundas, eran tiernamente reanimadas para volver a sufrir el latigazo de su zarpa. Los ratones eran los únicos posibles supervivientes a su crueldad si, por fortuna, llegaba yo a tiempo de rescatarlos, temblorosos, de detrás de los muebles.

Y luego estaban sus celos. Porque también era celosa. Tanto, que era capaz de volcar su letrina en señal de protesta por mi atención a un perro herido, caído desde el balcón por culpa de sus provocaciones. Y es que, la muy puñetera, era bella, consciente de su belleza y provocativa.

En una ocasión, al despertar de una siesta en pleno agosto, me encontré con el cuarto lleno de gatos, que atraídos por su despótico movimiento de rabo, se habían colado silenciosos, con la pretensión de obtener sus cariños. Todo en vano, ya que, operada como estaba, nunca sucumbía a sus pretendientes. La que sucumbía era yo, que me levantaba para ir a trabajar a las 5:30 de la mañana sin haber pegado un ojo por culpa de los lastimeros lamentos gatunos.

Un día, Uzzi desapareció. Adivinó que yo no soportaría verla muerta y prefirió ahorrarme la escena que, con pavor, empezaba a imaginarme, al verla hacerse mayor.

Esa era Uzzi, la abuela. El apodo lo recibió cuando tuvo que compartir cojín con una preciosa gata europea (yo creo que de origen ruso), mucho más joven que ella, llamada Pussi.

Pussi era un cielo con madera de actriz. Llegó a posar para un anuncio de comida para gatos (“Su gato se pondrá las botas”, rezaba el lema del cartel publicitario).

Era tierna, mimosa, antítesis de su madrastra. Una superviviente. Nunca olvidaré los restregones que se pegó contra la vieja Uzzi cuando la rescatamos del jardín de la casa tras haberse caído de la terraza (4 plantas más el bajo). Apenas si cojeó un rato. Tampoco sufrió demasiado cuando se estrapalló contra el cristal, por una vez limpio, de una ventana cerrada. Pussi tuvo peleas callejeras que la dejaron con la piel abierta de par en par y las orejas mordidas. A todo sobrevivió, menos a la distancia que interpuso entre nosotras dos mi maternidad.

Ella misma fue madre. Muy mala en su primer parto. No sabía o no quería alimentar a su “Solita” y tuvimos que sacarla adelante a base de biberón. Después tuvo muchos hijitos más. Todos encontraron un hogar.

Nadie sabe cuánto he llorado su ausencia, ni cuánto consuelo me dieron cuando la soledad todavía no era una grata amiga.



Foto: Uzzi, eMi (arreglos de Rolex)


Foto: Uzzi, Rolex

Foto: Uzzi y Pussi, Julius

Foto: Uzzi y Pussi, Julius




16 comentarios:

  1. No puedes esperar docilidad, de una gata cuyo nombre de cuna es el de un arma de asalto.Jajaja

    La soledad, Emi, sólo es amiga cuando sobreviene de dos formas: buscada (entonces es casi reinar) o circunstancial. Si no, es una enemiga peligrosa para el alma, que devora la autoestima. Si alguna vez sientes su aliento rodeada de gente, entonces verás de cerca los ojos de su hermana, la tristeza.
    Un abrazo

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  2. Emi,
    no me digas que hasta en esto tenemos que coincidir?
    Bueno yo ya no tengo a mi gatita Sofía que era una persa chinchilla dorada, muy parecida a Uzzi, diría que son casi ideénticos hasta en el carácter que describes, bueno los persas lo son casi todos, ariscos y muy suyos.
    Al separarme de mi ex, él se quedó con Sofía. Ahora tenemos un gato mezcla de común y siamés que es un saltarín muy simpático y familiar, un encanto que no deja de hacernos compañía día y noche, que duerme bajo nuestras mantas y le gusta el calor humano. Un verdadero crack, el amo del hogar.
    Me gustan las historias de gatos, esta tuya me ha gustado, ayuda a conoceros un poco más.

    Un beso Emi, feliz finde, disfruta!
    ana

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  3. Arturo, me habías asustado, pero no. El nombre de la máquina destructiva que tú mencionas es, según la Wikipedia, Uzi. El de la abuela era Uzzi. Es un nombre bíblico que (también según la Wikipedia) significa “El Señor es mi fuerza”. En realidad, yo le puse así porque Lucy, su nombre primitivo, no me gustaba, pero no quería hacerla un lío y la llamé parecido.

    En cuanto a lo de la soledad, pues, te recuerdo lo que decía ese poema de Bukowski que tú me descubriste y con el que conecté enseguida:
    “hay cosas peores que
    estar solo
    pero a menudo nos lleva décadas
    darnos cuenta de ello”
    Me llevó décadas darme cuenta de ello, pero llegué a tiempo. Necesito la soledad quizás porque no me siento sola, aunque creo firmemente que todos estamos en el fondo solos. Y,cuanto antes lo aceptemos, mejor.

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  4. Gracias, Ana. A ver cuando hacemos esa lista.
    Este finde lo tengo crudo, pero el que viene... Pásalo bien tú también. Descansa y escribe mucho.
    Un beso.

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  5. Aún no he conseguido ver la belleza de los gatos. Un ser que te desprecia y te ignora menos cuando quiere algo de ti, se lo das y adiós! Y encima si no le operas te destroza la casa... Me hace gracia los nombres que les pones, un amigo (aquel tan simple y basico) es más de perros, de nombre les pone numeros correlativos y dice que un perro te quiere siempre. No estas tan solo si tienes un perro.

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  6. Una de las cosas que más valoro de los gatos es su independencia. Me parecen unos seres libres por antonomasia, capaces de sobrevivir sin amos y no someterse a los caprichos de estos. Son extremadamente limpios y apenas requieren cuidados. Son silenciosos y tan capaces de dar compañía y cariño como un perro.
    Me encanta ver sus movimientos, su elegancia sin afectación alguna. Además, saben ser dulces y cariñosos. Dan calor físico, cuando se hacen un ovillo encima de mi (en eso mi Kika es gatuna), y humano, porque, al menos los míos, me presentían.
    Después de tantos años sin ellos, sigo echándoles en falta. Y cuando voy a casa de mi hermana, que tiene dos ejemplares de cine, me encanta acaraciarlos y, simplemente, observarlos.
    Dile a tu amigo que no es tan simple ni tan básico. Y que le aprecio mucho.

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  7. Emi, en ese caso la soledad es buscada y/o circunstancial, pués la necesitas para encontrarte contigo, que al fin y al cabo eres tu mejor amiga. Sólo tú ves y conoces todos tus aspectos y gobiernas el rostro que muestras. Esa soledad es cómo la describía Altolaguirre "Sentirse solo en medio de la vida, casi es reinar". Pero cuidado, ésta es vecina de otra Sole, la que habita en medio del olvido de los demás y siempre está acompañada de su hermana.
    Si algún día te visita, cuenta conmigo y recuerda el himno del Liverpool "You'll never walk alone".

    Lo de la Uzi por Uzzi he de confesar que no lo conocía...pero por lo que cuentas le cuadraba más con una Z que con dos.

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  8. Me han gustado tus dos historias, la de las gatas porque a través de ellas te conozco más a ti y la de la soledad porque creo que para algunos es un bálsamo necesario.
    Mi relación con los gatos ha sido corta y circunstancial aunque siempre me han gustado y he admirado su porte, su inteligencia y su envidiable independencia.
    Por otro lado, la soledad. Yo necesito frecuentemente de esa soledad para estar en silencio, reflexionar y sobrevivir a los avatares de la vida. Me gusta.
    También he de reconocer que mi relación con ella está muy dosificada y aunque la elija con frecuencia no me gustaría estar obligada a compartir mi vida exclusivamente con ella.
    Creo que el secreto está, como en casi todo, en la medida y en la elección.
    Si la tomamos como un bálsamo que ayude a cerrar nuestras heridas, que nos "obligue" a reflexionar sobre temas que hemos ido dejando de lado a propósito para no enfrentarnos a ellos (que no es otra cosa que no querer enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestra realidad), si la tomamos así.....no puede ser malo el resultado. Actúa como una criba que nos obliga a separar la paja del grano. A veces puede dar miedo pero el resultado suele ser radiante.
    Arturo habla de una soledad que habita en el olvido de los demás (cómo me ha recordado a Sabina esa frase!) pero sabes Emi? yo creo que esa soledad es hasta buena. Si a esos "demás" se les olvida nuestra presencia...caray! no debíamos ser demasiado importantes para ellos, no te parece?. De vez en cuándo también hay que hacer "limpieza" de esos "demás", muchos son tan sólo figurantes de un falso escenario Y que nada nos aportan. No nos duela el desprendernos de ellos.
    Un fuerte abrazo.

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  9. Por cierto....me ha encantado la primera foto, la de Kiko....imagino su cara y todos relamiéndose :-)).

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  10. Me gustan tus historias Emi y como las introduces. Has enlazado perfectamente la cuestión de las 7 vidas con la historia de tus gatos. Tanto si es realidad como si es ficción, ya te he dicho alguna otra vez, que deberías escribir más.
    Por cierto, yo también tengo un gato, negro, que apareció una noche en el patio de casa, medio muerto. Se recuperó, y lleva una vida totalmente salvaje. Bueno ahora se está asentando un poco, y engordando, pero durante mucho tiempo estaba muy delgado, salía y estaba fuera de casa dos o tres días, aunque siempre volvía, y entraba por la puerta pavoneándose, con esa pose orgullosa que tienen los gatos. Ahora se está haciendo más cómodo, sale menos, si acaso alguna noche, ha engordado un poco, pero la pose de orgullo, como si fura el dueño de la casa, no la ha perdido.
    Por cierto, que ante mi perro, que es muy grande, muestra total indiferencia y el perro, que es un peleón con los gatos, nuncha le he hecho nada.
    Besos

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  11. Mil gracias, Arturo. Qué agradable, qué bien se siente una cuando le tienden una mano. No es fácil hacerlo, ni tampoco -hablo por mi- recogerlo. Pero cómo se agradece. Nos saca una sonrisa, que es lo más hermoso y barato (como diría nuestro amigo Rolex) que podemos tener hoy día. Ya sé que me pongo cursi (si se me olvidaba, tengo a mi hija y alguno de mis alumnos para recordármelo), pero qué le voy a hacer. Cada vez voy a peor -sólo en eso.

    Es seguro que soy mi mejor amiga. Es posible que gobierne el rostro que muestro (¡Ya quisiera yo!. Pero lo que no es cierto es que conozca todos los aspectos de mi personalidad. Aún así, insisto. Desde mi cómoda situación de sentirme muy, muy querida, adoro la dulce compañía, nunca impuesta, de mi amada soledad. Será que paso mucho tiempo rodeada de ruido y ajetreada. Pero, necesito estar conmigo misma más de lo que lo necesitan los demás.

    De nuevo, gracias, ya que la soledad, como tú bien dices, sería aceptada, pero no grata, si no tuviera manos tendidas. Me pongo ñoña, pero cuenta tú con la mía.

    ¡Ah!, por cierto, pídele a Rolex que te envíe la foto que te sacó en Alcalá.

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  12. Cristina, de acuerdo contigo al 100 por 100. Tampoco me parece tan mal habitar en el olvido. Aunque, no sé. Tendré que pensar en ello.

    Me encanta encontrarte, tanto por aquí, como por allí.

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  13. Isago, cuánto te agradezco esos ánimos. Es curioso porque nunca me ha gustado escribir. Para eso soy muy perezosa. Además sé que no lo hago bien. Demasiado simple mi escritura. Pero, desde que tengo el blog, estoy algo más creativa. Tus comentarios me animan. Así que, gracias.

    Tu gato negro me recuerda al de mi hermana. Y lo de tu perro no me extraña. Por mantener tu aprecio, es capaz de comerse todas sus ganas de dar un buen susto al gato. Estoy segura de que disfrutaría haciéndole correr un rato.

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  14. Con Uzzi recordé lo que eran para mí los gatos,verla era un milagro,y Puzzi era la alegría. Gracias a la valentia de Kiko y Andrea tengo ese sueño en mi vida y gracias a tí tengos mis dos sueños, ellos me hacen mejor, y además me han regalado una de sus siete vidas.Cada vez que veo un gato/a me emociono, creo que he contagiado a Pili. Me hacen sentir admiración y me emocionan (Ambas cosas muy fácil en mí)

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  15. YO QUE SOY AIRE, INCONSTANCIA, COMO UN GLOBO QUE SE PIERDE, LOS NECESITO EN MI VIDA. CON SUS GARRAS AGARRAN LA CUERDA Y ME ACERCAN A LA TIERRA, A LO REAL, AL PRESENTE.

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  16. Nadie puede saber si no lo ha sentido, el consuelo que
    da un animal cuando los dioses te abandonan.



    Ciorán, El aciago demiurgo

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Cuéntame, te escucho atentamente.