"-¿Quién eres tú? -dijo la Oruga.
No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:
-Apenas sé, señora, lo que soy en este momento... Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces."
Alice's Adventures in Wonderland, Lewis Carroll
El Otro Yo, Mario Benedetti
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos en la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.
Estos días uno piensa que se mueren los mejores.
ResponderEliminarEstos días se están muriendo algunos de los mejores, tienes razón, Arturo.
ResponderEliminarSiempre se mueren algunos de los mejores.
Pero afortunadamente aún quedan mejores,
para cambiar algo de esto para mejor.
Lewis Carroll se fue hace tiempo, pero nos dejó su Alicia
de viaje en esta búsqueda interior,
dándonos pistas para la nuestra.
Y qué decir de Benedetti?
Que nuestro Armando Corriente no consiga nunca acallar al Otro Yo.
Al menos no para siempre.
Y aún queda Emi para ir regalándonos esta selección de "koans",
temas para pensar,
viejos pensamientos (y a veces nuevos) para recuperar,
porque si no, si te descuidas, acaban yéndose para siempre.
Arturo, Marié, yo sólo pido que me muera yo antes que mi otro yo. La inmortalidad tampoco es sana, ni si quiera para los imprescindibles como Ferrer o Benedetti.
ResponderEliminarEl otro, el del espejo,ese que nos mira y que se asusta de lo que ve fuera, el que no dejamos salir de dentro de ese cristal pintado, que nos mira cada mañana con cara de "a ver qué haces hoy!"
ResponderEliminarPor eso los presumidos lo tienen peor, jejeje
un besiiiiito Emi,
ana
Yo estoy de acuerdo contigo Emi, la inmortalidad no es sana y esas personas como Mario Benedetti etc., nunca mueren, yo creo que lo malo es cuando las personas no tienen otro yo, su yo y su otro yo son lo mismo, vulgares, incultos, etc., eso sí que es grave y además dificil de sobrellevar, pero... hay que vivir con ello ¿hasta cuando? qui lo sá (se dice así)jajaja.
ResponderEliminarAna, le lleva a una toda una vida dejar de ser presumida y liberar al otro, pero ¡qué gran alivio cuando se consigue! En realidad, la vida consiste en eso, respirar y liberarse.
ResponderEliminarMaripili, todos tenemos otro yo. Un lado bueno y otro malo.
ResponderEliminarHace mucho escuché este precioso viejo cuento cherokee. Un abuelo le explicaba a su nieta que todos tenemos dos lobos en el corazón que pelean entre sí. Un lobo es la maldad (ira, envidia, pesar, arrogancia, autocompasión, culpabilidad, resentimiento, mentiras, etc.). El otro, la bondad (generosidad, compasión, esperanza, verdad, entrega, amor, perdón, etc.) La nieta le preguntó: "Y ¿qué lobo ganará en mi corazón?. El abuelo le contestó:"El que tú alimentes, hija"
Gracias Emi un bonito cuento y un gran consejo, lo tendré en cuenta, aunque hay veces que quieren comer los dos por igual y ahí está el problema.
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