A mi amigo Eduardo Terrén Lalana, in memoriam
Garmo Negro
400 Días después,
todavía me pregunto
qué vena te palpitaría
cuando tu pie
perdió su huella.
Qué oscuro pensamiento nacería
cuando tus ojos
dejaron de ver la tierra.
¿Escuchaste el eco distante de un alarido?
¿Notaste el vació en la mano que no te asió?
Me pregunto
si allí donde quedaste
se oye el llanto restallar.
Si entre las grietas
de las odiosas rocas
del Garmo Negro de Panticosa
se esconden los recuerdos
que ya nunca nadie oirá.
Inquietante poema, madame. Es hermoso y al mismo tiempo produce un escalofrio, como siempre que me enfrento a la idea de la muerte.
ResponderEliminarEspero que este teniendo una hermosa semana.
Bisous
La muerte siempre es un misterio lleno de preguntas
ResponderEliminary seguramente muy pocas respuestas.
Por ejemplo:
¿es posible morir en paz, incluso con alegría?
¿Con una paz y una alegría que permanezcan en el viaje posterior, si es que lo hubiera?
Cuando una sólo cree en la religión de la práctica y el entrenamiento, lo único que le queda es practicar la paz y la alegría
en cada muerte cotidiana.
Por si sirviera de algo, llegado el momento.
La muerte suele producir escalofríos, a mi me da sofocos, Madame. No la mía propia -en la que no suelo pensar-, sino la de los demás.
ResponderEliminarEse es mi punto de ingenuidad, Marié. Hasta que no lo viva no sabré lo ingenua que he sido pensando que la muerte es paz. Sin embargo, la muerte de los que me rodean, o no me rodean ya, es algo que me impacta. No sufro por el desaparecido, sino por la idea de no poder decirles lo que nunca me atreví o me dio pereza decir.
ResponderEliminarCuando los recuerdos salgan de las grietas, todos nos reconoceremos y pasaremos 400 noches ordenando nuestras vidas.
ResponderEliminarUn gran saludo.
¡Si me bastara con 400 noches, Ipnauj! Además, ¿quién los sacará de ahí una vez que estén dentro?
ResponderEliminar¿Y por qué no se lo dices, Emi?
ResponderEliminarIgual ahora sí te atreves o no te puede la pereza.
Por qué no probar?
Una nunca sabe
quién puede estar escuchando.
Y, en cualquier caso, lo que importa es que una dice
lo que tiene que decir.
Porque no creo, Marié. Creer, ¡qué bello verbo!
ResponderEliminarQue no crees qué? Que los muertos puedan escucharnos?
ResponderEliminarProbablemente no (creo yo)
y si pudieran, seguramente tendrían cosas más importantes de qué ocuparse, otros tipos de existencia más transcendentes y esas cosas.
Pero lo que sí creo yo es que siempre tenemos tiempo de decir lo que no nos atrevimos o nos dio pereza decir. O escribirlo -eso que a ti se te da tan bien.
Creo que nos ayuda a aclararnos, reconciliarnos, sanar heridas y, sobre todo, a conocernos mejor y, quizás, a no repetir los mismos errores (del pasado) en el presente.
De todas formas, igual yo no tengo mucha credibilidad porque tengo que confesar que siempre he tenido muy buena relación con la energía que (creo, lo confieso) dejan aquí las personas que se van -en los espacios que han pisado, los objetos que han utilizado, las personas que han amado y, sobre todo, en el recuerdo de quienes se quedan un poco más.
ResponderEliminarLa verdad es que en este aspecto de la muerte yo soy muy fria, no me da miedo ni mi muerte (al menos en este momento, que la veo lejos) ni los muertos, sí me impactan las muertes de repente, de la gente que de un momento a otro dejan de estar entre nosotros, porque yo no creo que haya nada más y pienso y ahora qué, se acabó todo, todo se acabó, y eso me angustia un poco.
ResponderEliminarMarié, siempre no hay tiempo. Cuando una llega tarde ya no puede decir lo que no dijo, eso creo yo. Sí puede tratar de evitar cometer de nuevo el error.
ResponderEliminarNo creo en que me oigan las estrellas ni lo que habite en ellas.
Eso es lo que me da pena. No creer.
Eso es lo que me provoca vértigo a mí. Desaparecer no -por más que, en estos momentos no esté interesada (a desaparecer me refiero).
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