Beethoven entró en mi vida como una ráfaga de viento y me tumbó al primer contacto. Llegó, allá por los últimos años de la década de los 70, de la mano de un nieto de uno de los amantes de Isabel II, Ricardo Alessanco. Aunque Ricardo tocaba desmañadamente el piano, mi enajenamiento al escucharle era total porque, por aquella época, la mera presencia de un piano constituía para mí una especie de sortilegio.
Casi con toda seguridad, fue el Concierto nº 5, "Emperador", el que Ricardo me dio a escuchar por primera vez, haciéndome observar la delicadeza con la que el piano hace su lenta entrada. Meses después, él mismo me brindó uno de los regalos que más he apreciado a lo largo de mi vida. Nunca antes, y nunca después, me obsequiaría con un regalo semejante. Grabado en una cinta de cassette, que todavía conservo, y acompañado por una tarjeta que decía: “Con el deseo de que escuches tantas cosas que yo no puedo decir”, me entregó la que se convertiría hasta el día de hoy en mi pieza musical favorita, el Concierto para violín en re mayor Op. 61.
Algunos años después, un compañero de la facultad de Geografía e Historia de la Complutense, Gerardo (¡no puedo recordar su apellido!), me hizo otro regalo absolutamente inolvidable. Después de pasar la noche entera haciendo cola en el Real (debía hacer bueno porque era por mayo), me entregó generosísimamente su entrada de “paraíso” para que yo asistiera a “mi concierto”. Claudio Abbado, de director, y Salvatore Accardo, como solista, tocaron para mí.
Viví, y juro que no exagero, una de las experiencias más conmovedoras de mi vida.
Para conocer algo de la vida de Beethoven puedes visitar Senza Tempo
Casi con toda seguridad, fue el Concierto nº 5, "Emperador", el que Ricardo me dio a escuchar por primera vez, haciéndome observar la delicadeza con la que el piano hace su lenta entrada. Meses después, él mismo me brindó uno de los regalos que más he apreciado a lo largo de mi vida. Nunca antes, y nunca después, me obsequiaría con un regalo semejante. Grabado en una cinta de cassette, que todavía conservo, y acompañado por una tarjeta que decía: “Con el deseo de que escuches tantas cosas que yo no puedo decir”, me entregó la que se convertiría hasta el día de hoy en mi pieza musical favorita, el Concierto para violín en re mayor Op. 61.
Algunos años después, un compañero de la facultad de Geografía e Historia de la Complutense, Gerardo (¡no puedo recordar su apellido!), me hizo otro regalo absolutamente inolvidable. Después de pasar la noche entera haciendo cola en el Real (debía hacer bueno porque era por mayo), me entregó generosísimamente su entrada de “paraíso” para que yo asistiera a “mi concierto”. Claudio Abbado, de director, y Salvatore Accardo, como solista, tocaron para mí.
Viví, y juro que no exagero, una de las experiencias más conmovedoras de mi vida.
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Maravillosa música, me gusta sobre todo el piano pero esta pieza con el violín es impresionante. Gracias a esas personas que te hicieron entrar en la música, porque yo estoy dentro gracias a tí, parece mentira, debería ser al revés, pero no es al derecho.
ResponderEliminarGracias, igualmente, por actualizar el Senza Tempo, me encanta.
Me alegro de que compartamos el amor por esta pieza... Yo la descubrí de la mano de mi compañero, Robert, porque era su pieza favorita de violín cuando, de pequeño, lo tocaba... Maravillosa obra que siempre me evoca hasta lo que aún no he vivido... pero que, seguro, está por venir... <3
ResponderEliminarGracias, =))