Acababa de pensarlo. Mi retoño está a punto de cumplir 16. Tiene toda la vida por delante y su independencia es ya admirable. Y, justo, mientras andaba en esas consideraciones, me dio por abrir el dominical de El País. Por casualidad, leo el artículo de Juan José Millás, Suena el teléfono, y me da por pensarlo otra vez.
Y ¿qué pasaría si un día no sonara el teléfono?Suena el teléfono, Juan José Millás
Cuenta la leyenda que bastaría retirar un pelo de Buda que hay debajo de esa pagoda situada al borde del precipicio para que el templo y la roca se fueran al carajo (unos mil metros de caída libre), Pero lleva 2.500 años sin irse al carajo. Se dice pronto, 2.500 años de calor, de frío, de lluvias, de sequías, de temporales, de calma chicha, de granizo, de nieve, de movimientos sísmicos brutales., Pues ahí sigue, como una idea agobiante en el borde de una neurona, como una decisión indecisa; como una duda cruel. Y pasarán otros 2.500 años, con sus clemencias e inclemencias atmosféricas, con sus movimientos de tierra, con sus guerras, con sus períodos de paz, con sus desdichas y alegrías, con todo lo que ustedes quieran, y seguirá probablemente ahí, recibiendo cada día a sus devotos, que contarán a sus hijos la historia del ermitaño cascarrabias al que Buda regaló un pelo propio, una reliquia corporal que el hombre no sabía dónde esconder hasta que se le ocurrió colocarla al borde del precipicio, pisada por una roca que no sabemos cómo arrastró hasta allí y sobre la que erigió un templo que etcétera.
Dan ganas de creer en algo, aunque sea en los pelos, dan ganas de coger la mochila, decir adiós a quien corresponda y largarse a Birmania para llegar a ese lugar lleno de consonantes (Kyaikhtiyo) donde se encuentra la roca dorada. Pero según lo estás pensando suena el teléfono y han ingresado a tu madre o en el periódico no han recibido el artículo que esperaban, cualquier cosa, en fin, y te olvidas de la pagoda, y de Buda, y del pelo de Buda... Total, que no vas.
Dan ganas de creer en algo, aunque sea en los pelos, dan ganas de coger la mochila, decir adiós a quien corresponda y largarse a Birmania para llegar a ese lugar lleno de consonantes (Kyaikhtiyo) donde se encuentra la roca dorada. Pero según lo estás pensando suena el teléfono y han ingresado a tu madre o en el periódico no han recibido el artículo que esperaban, cualquier cosa, en fin, y te olvidas de la pagoda, y de Buda, y del pelo de Buda... Total, que no vas.
¿Y si un día dejara de sonar?
Muy descriptivo; real como la vida misma.
ResponderEliminarSoñamos en lo que haríamos pero la realidad nos empuja a cada momento.
Total, que no nos vamos.
Besos. Feliz miércoles, Emi.
Del empujón nos sienta en el sillón cada vez que amagamos con el intento y así pasan los años, soñando.
ResponderEliminarYa, ya sé que soy contradictoria. ¡Qué le vamos a hacer!
Los sueños, cuando nos sirven para vislumbrar, para avanzar, son una bendición. Cuando los creamos como una mera excusa para compensar la mediocridad de nuestra vida, un engaño peligroso.
ResponderEliminarYo nunca me he creído los sueños que no te ponen en marcha.
Un abrazote, Emi (y compañía).
Disfruta de tus vacaciones.
Aunque, conociéndote, y tras leer tu última entrada, tan placentera, qué te voy a decir a ti, que eres el disfrute personificado.
Estoy venga disfrutar. Me da hasta un pelín de vergüenza como pierdo el tiempo.
ResponderEliminarA lo de los sueños, no le quito ni pongo una coma, pero no siempre tenemos los sueños que deberíamos ... Vamos aprendiendo =).
Estás venga disfrutar...
ResponderEliminary dices que pierdes el tiempo?!!!
Todo lo que hacemos, incluso lo que nos cuesta tanto, para qué es?
Para disfrutar, antes o después, no?
Y tú ya estás ahí.
No lo llames perder el tiempo.
No blasfemes con las cosas importantes.
¿Sabes la historieta de aquella persona que vivía en su isla pescando lo justo para comer y disfrutando del paraíso, y llega un exitoso hombre de negocios de vacaciones y le anima a invertir en más barcos y, en fin, el cuento de la lechera para que el isleño se acabe convirtiendo en un exitoso hombre de negocios, como él.
Al final de las sucesivas respuestas a los "para qué?" del isleño, el turista le acaba explicando: para que en cincuenta años puedas jubilarte y retirarte a una isla a disfrutar.
Disfruta de disfrutar, Emi.
(Además, es otra manera de crecer).
Ya lo creo, pero, he trabajado tanto en mi vida, que cuando ahora hay momentos de "no hacer", tengo el mal hábito de sentirme mal.
ResponderEliminarGracias por la historia ¡Me encantan las historias!